
El perro siempre fue una importante fuente de carne, sobre todo en las
grandes ciudades, donde era importante aprovechar los recursos domésticos; sin embargo es importante destacar que gran parte
del consumo se realizaba dentro de una atmósfera de ritualidad, aspecto
muy bien documentado a nivel arqueozoológico y de crónicas, debido a
que se pensaba que el consumo de carne llevaba implícito que la persona
asimilara en cierta medida la esencia espiritual del animal. Esta idea la
vemos desde las más tempranas épocas de la civilización mesoamericana.
El uso de los huesos y las pieles para la elaboración de diversos
artículos era algo también común, y muy importante pues hay que recordar
que estos pueblos tuvieron muy poco contacto con la metalurgia. Los
objetos creados abarcaban toda una gama de opciones y niveles utilitarios
y simbólicos, desde herramientas de uso cotidiano hasta elementos
distintivos que portaban sacerdotes y militares (Valadez et al 2002). Como
compañía para vivos, se le tenía en alta estima y hasta la actualidad es
posible ver tradiciones en las cuales se otorga una enorme valía a los perros
en función de la lealtad, el afecto y el espíritu de sacrificio. Posiblemente
toda la gente podía criar perros, pero en las ciudades mayores existía cierta
normatividad al respecto, sobre todo por los lotes de animales que se
empleaban en actividades rituales.
En este momento tenemos registrada la existencia de cinco razas de
perros prehispánicas, pero salvo una que se “creaba” a través de la
hibridación de perros y lobos, las restantes parecen haber sido más producto
</nobr> del aislamiento o del azar que de intereses concretos (Valadez, Blanco y
Rodríguez 2000 ). Algunas tradiciones del final de la época prehispánica
refieren al color del animal como elemento de importancia durante la
selección de ejemplares para ritos, pero si eso fue algo que impulsara el
trabajo de los criadores es algo que desconocemos.
Como animal de sacrificio fue extensamente utilizado, tanto en
actividades ceremoniales como fúnebres (Valadez y Mestre 1999; Valadez
et al 2001; 2002), existen suficientes pruebas para asegurar que el perro
fue el animal más involucrado en este tipo de prácticas y es posible que en
el presente no conozcamos ni una décima parte de todo el universo religioso
en el cual estos animales eran el personaje principal
Por último, como símbolos calendáricos, elementos distintivos de
</nobr> clanes, personajes de mitos o deidades también los tenemos presentes
(Valadez y Mestre 1999). Destaca entre todo esto el mito que decía que los
perros habían sido en otros tiempos seres humanos que habían sido
castigados por los dioses.